Las operaciones que se detallaran son las consecuencias del ataque de aguas selenitosas descrito anteriormente, cuya cimentación hubo que sustituir completamente.
El recalce de un edificio, como toda reparación importante, es siempre peligroso, difícil y caro. Hay que trabajar en pésimas condiciones y por mucho que se estudie la operación, siempre habrá alguna circunstancia adversa que nos haga dudar de si el método elegido es bueno, además de la incógnita de cómo se comportarán los muros si eliminamos, en parte su punto de apoyo.
Para estar tranquilos sobre este particular, en un principio se pensó quitar primero la parte exterior (figura 165, parte rayada), rellenarla y luego la interior, con el fin de que cada mitad soportará el peso de los muros; pensamiento que se desechó, pues en todo el perímetro del edificio se hubiera establecido una junta y aunque ésta no amenazara seriamente la estabilidad del edificio, la tememos al menos para provocar el desarrollo de las fuerzas capilares.
Figura 165
Posteriormente se pensó en el recalce por juntas el cual consiste en cimentaciones corridas, en demoler alternativamente cada metro de cimentación (fig. 166); pero el problema anterior se acentuaba, pues aparte de la humedad procedente de la lluvia al filtrarse por la junta de la obra con el muro, se perdía totalmente la continuidad monolítica de la cimentación cosa que era necesario evitar en lo posible.
Figura 166
Aprovechando la circunstancia de que los muros estaban construidos por el sistema de paredes armadas, se cayó en la cuenta de que los muros podían aguantar su propio peso y el de la cubierta, durante el tiempo que durara la operación, ya que los hierros que longitudinalmente la atravesaban podían trabajar a modo de vigas, y por lo tanto, dejar entre pilar y pilar en los cuales estaban anclados el espacio necesario, no sólo para trabajar cómodamente, sino también para construir la cimentación en forma escalonada para cuando se hormigonaran los pilares contar con una superficie que nos diera ciertas garantías de seguridad. Es decir que lo que exigimos al edificio era que los pilares soportaran las paredes y éstas una vez recalzadas que soportaran a los anteriores, pues en manera alguna queríamos apeos ni apuntalamientos, ya que hubiera significado una nota discordante apear un edificio que se acababa de construir.
Y así se hizo. Francamente, el éxito coronó nuestros esfuerzos, pues demolida la parte de cimentación correspondiente a las paredes, dispusimos la solera de carbonilla, ladrillo, etc., elevamos los muretes de protección a toda velocidad y rellenamos la caja, resultante con hormigón de 200 kilos de cemento, quedando un conjunto tal y como se expresa en la figura 167.
Alzado
Figura 167
Terminada esta operación de paredes, reanudamos el segundo ciclo de pilares con lo que, de poco tiempo y construida la acera, nada denotaba que la cimentación hubiera sido substituida, coronando nuestro éxito el que ni durante los trabajos, ni mucho después, apareciera grieta alguna de asientos, lo que demuestra que todo trabajo, si se pone interés en él, sale a la perfección aunque para ejecutarlo no se disponga de un gran lujo de medios.
Como ampliación de este tema estudiamos a continuación un moderno sistema de recalce de cimientos mediante pilotes.